¿Quienes han sido tus maestros?
Thomas Lavinia, director de un estudio prestigioso de cerámica, fue mi primer maestro cuando yo era aún adolescente y estudiaba la preparatoria; era un maestro estructurado, muy dedicado. Durante tres años, bajo su tutelaje aprendí las bases del estudio de la cerámica así como las posibilidades del barro.
En la Universidad de Syracuse, a mediados de la década de los ochenta, cursé mi siguiente periodo formativo. David MacDonald, Margie Hughto y Jessica Feldheim fueron los maestros que más me influenciaron. Había un movimiento intenso en la universidad en aquella época; recuerdo haber pasado muchas horas, durante las noches, en ese enorme taller de cerámica fuera del campus.
Luego viajé a Europa donde viví casi seis años: dos en Francia y cuatro en Alemania. Estudié en L´Ecole des Arts Décoratifs en Estrasburgo y luego en un estudio privado en Paris. Me mudé a Berlín en 1989 y trabajé en el Bilderhaurwerkstatt (un estudio para proyectos de escultura en gran escala).
Finalmente establecí mi residencia en México, en el pueblo de Santo Domingo Ocotitlán; este ha sido mi lugar de trabajo durante los últimos 22 años. En el estado de Morelos tuve la oportunidad de estudiar murales y mosaicos con Hugo Velasquez. También aquí Aurora Suárez me guió en la ciencia del esmalte.
¿Me puedes decir algo sobre tu viaje a China y tu relación con este país?
Viajé a China en 2009 para conocer el proceso de producción de la porcelana, y éste acabó siendo un viaje de auto-descubrimiento. Pasé dos meses en Jingdezhen, en la provincia de Jiangxi, aproximadamente a 600 kilómetros al sur de Shangai. La ciudad de Jingdezhen mantiene una tradición milenaria -con reconocimiento internacional- como centro productor de porcelana.
La economía de esa ciudad se sustenta aún en esta actividad y continúa siendo un lugar de encuentro entre el artista y el artesano. Un bello objeto de porcelana requiere la existencia de diversos especialistas: productores de moldes, de pinceles, de herramientas y mosaicos; pintores, torneros, impresores de calcomanías y, finalmente, de mis favoritos: los operadores del fuego que pueden leer un horno a partir de su intensidad, su sonido, de la sensación y el color de la flama.
Mi intensa vida cotidiana en Jingdezhen durante esos meses tuvo como escenario un estudio en Sanbao, en el campo, en las afueras de la ciudad. Sanbao es un tranquilo y refinado centro artístico dedicado a la cerámica; está equipado con hornos de cualquier tamaño y forma, incluyendo un horno dragón largo que quema con fuego de madera. Su fundador y actual titular es Li JianShen (o Jackson Lee, nombre que adoptó en Occidente).
Curiosamente China me regresó a México. Me recuerdo en la provincia de Yunnan sintiendo que podría estar en un mercado de México. Ese viaje amplió mis horizontes. Siento un deseo enorme de regresar a ese lugar, reencontrar a mis amigos y compartir con ellos México y sus pequeños pueblos y mercados del barro. Ambos lugares conservan culturas y lenguas antiguas; las tradiciones y las artesanías están a punto de desaparecer en ambos si no las honramos, protegemos y cultivamos con una revaloración madura y responsable de las mismas. China me abrió un camino de reflexiones en ese sentido.
Muchas de las piezas incluidas en la muestra A fuego lento cobran volúmenes y dimensiones que nos hacen pensar en corporeidad, y en una profunda relación sensual con las piezas. ¿Encuentras sensualidad en tu trabajo?
Si, definitivamente. La sensualidad es una sensación maravillosa durante el proceso de trabajo, lo es en todos los sentidos. Quiero emocionar con audacia, color, textura. Quiero construir objetos que inviten al contacto. Quiero florecer algo latente dentro de mí trabajando no sólo con mis manos y mi cabeza, también con mi corazón.
No seguiría creando vasijas si esto no significara, también, una experiencia sensual. La vasija está compuesta tanto por un espacio interior como por uno exterior. Algunas se abren con amplitud y otras se cierran muy estrecho; otras se acoplan una con otra. Existen en mi obra referencias a lo humano, a lo íntimo. Las vasijas ocupan un espacio y al mismo tiempo resuenan un silencio interior profundo.
¿Cómo se te ocurrió llegar a la instalación, a la intervención en el espacio? Me parece muy acertado que tomaras el Exconvento de Tepoztlán como escenario para un montaje onírico, resuelto con tu cerámica. ¿Qué proceso te llevó a la creación de Pour Memory?
¿Qué no ha sucedido alrededor de una mesa en la historia de la humanidad? Es el lugar de conexión y desconexión del hombre. Es el lugar donde la suma de sus partes da fuerza, o no la da. El vino es tan bueno como aquel con quien lo compartes. La mesa se convierte en una tela tridimensional, exactamente… como tú dices, en un escenario. El espacio tomó forma en el contexto de la arquitectura de este edificio histórico.
En medio de la espesa neblina, una mañana abrí apurada la puerta del horno: todo parecía intacto. Me fui a la Ciudad de México a pasar el día y regresé esa misma noche cansada, en un estado anímico deplorable, con el peso del mundo sobre mis hombros. Atravesaba una situación personal dolorosa. Abrí el horno sola, en la obscuridad, y me di cuenta que las dos botellas, que parecían estar bien en la mañana, habían perdido su base. Decidí continuar con estas botellas “rotas”, esmaltándolas. Durante la segunda cocción la botella cobre turquesa se ladeó como un barco naufrago. Tenía todos estos elementos frente a mí: numerosas copas ahumadas hechas a mano, botellas “con historia”, y un convento del siglo XVI. Confieso que me tropecé, de manera imperiosa, con el montaje de esta pieza.
Pour Memory es un revoltijo de historias sobre una mesa; surgió como un sueño tres días antes de que se inaugurara la exposición. Se convirtió en una suerte de purificación personal de algo íntimo, privado. Dicen que los sueños son una forma de purificación, una manera en que nuestra mente se reconecta y ajusta. Pour Memory, colocada en este espacio, en este edificio histórico, surgió por sí misma y al hacerlo adquirió un significado completamente diferente, más allá de un mero asunto personal.
¿Qué piensas mientras trabajas? ¿Algún proceso de abstracción y concentración te lleva a niveles meditativos? ¿Cómo se revelan las formas en tu trabajo?
Qué decir, Itala, me imagino que depende del día. Todos nos enfrentamos a lo mundano, ¿no es cierto? En los momentos en que los pensamientos engorrosos se esfuman llega el mejor trabajo. Durante muchos años he trabajado vasijas mediante la técnica de pastillaje; su ritmo y manera de construir son propicios para la reflexión y la definición cuidadosa de la forma en gestación.
La proporción, la relación entre las partes, la forma y sus curvas, así como el contorno de la pieza, se deciden en armonía con el material y con mi intención creativa. Gran parte de mi inspiración proviene de la naturaleza y constantemente pongo atención a los más pequeños detalles. La textura, la luz, el “silencio”. La vida se vive en todos los niveles, es cuestión de abrirse a las múltiples líneas de comunicación.
Cuando pongo el barro en el horno lo entrego a un ambiente de fuego; los óxidos se funden y esas reacciones químicas complejas hacen su parte y transforman. Las constantes sorpresas del horno son las vías que más me interesa explorar.
Creo que mi responsabilidad como artista radica en el acto de nutrir misterios. Si además, de alguna manera, puedo plasmar mis sentimientos intangibles en una forma, en el barro, esto dará honestidad y fuerza a mi trabajo.